‘SADO-MASO’: la increíble historia de la revista que trajo el BDSM a España

El 4 de mayo de 1983 se legalizaba oficialmente la pornografía en España. Mucho antes, Alfonso XIII ya había escrito y producido las primeras referencias conocidas del género en nuestro país. Rodadas por los hermanos Baños —pioneros valencianos del cine mudo— bajo encargo real a través del Conde de Romanones, se conservan títulos como El confesor o Consultorio de señoras. Ya dentro de la legalidad, Jesús Franco hizo Lilian, la virgen pervertida y unos cuantos títulos más. Pero la industria del X no empezó a funcionar de verdad hasta que María Bianco y José María Ponce —así como quien no quiere la cosa— se metieron en el business.

Durante la segunda mitad de los 80, la entonces pareja publicaba una revista sobre cultura BDSM al mismo tiempo que regentaban un sex shop. Gracias a la casual intervención de Antonio Marcos —productor y distribuidor de cine X— los vídeos caseros que Ponce y Bianco habían grabado para vender con la revista vieron la luz en forma de recopilatorio. La cinta se llamó Los vicios de María (1992). De ese modo, Bianco se convertía en nuestra primera pornstar y Ponce en director de cine X. A esa primera referencia le seguirían otras más profesionales como Club privado (1995) o Vivir follando (2000). De algún modo, se podría decir que en España el porno empezó con una máquina de fotocopias y unas cintas de vídeo.

Nacida como encargo de la misteriosa propietaria de un burdel barcelonés, SADO-MASO tuvo unos inicios totalmente fanzineros: «Maîtresse Michelle era una señora que ni era francesa ni era nada, era un auténtico fake, que se dice ahora. […] En verdad era una enfermera de Girona. Tenía un local de prostitución sadomasoquista que se llamaba Palacio del Sado en Arco del Triunfo. Era una espacio realmente amplio, unos 200 m², con unas cinco mazmorras, dos de ella grandes y alguna especializada […] Era una mujer que tenía unas ideas innovadoras. No se limitaba a poner un anuncio en la sección de relax de La Vanguardia si no que hacía actividades, reuniones grupales, etc. En esa época el tema BDSM era un asunto totalmente oscuro y nadie daba la cara, pero ella sí tuvo la iniciativa. Empezó a rodar algún vídeo, puso algunas cabinas de VHS como en los sex shops, por si alguien no se atrevía todavía a practicar. Y entre esas iniciativas estaba lo que ella llamó Maîtresse Michelle Boletín Informativo».

Aunque Ponce venía de trabajar en radio y prensa, por aquella época tenía una tienda de fotografía. Gracias a la inventiva de «Michelle» se pusieron a trabajar en la publicación: «Como tenía una fotocopiadora pues hicimos el boletín en fotocopias». Pero Maîtress Michelle no soportó que se descubriese su verdadera identidad, «fue entonces», dice Ponce, «cuando descubrimos que nos estaba tomando el pelo y ella se lo tomó muy mal, más que nosotros. Me llegó a tirar una silla por la escalera del Palacio del Sado y todo, se lo tomó fatal. A mí no me importa que una persona —y mucho menos en el mundo BDSM— adquiera una segunda personalidad. Yo he trabajado en medios de comunicación y en cine, es absolutamente normal que una persona tenga un nombre artístico y luego tenga otra personalidad. Pero claro, que a las personas de su círculo íntimo les esté tomando el pelo, ya es una cosa que te sabe mal. Por eso cuando me enteré le dije que no quería seguir, porque me parecía una falta de confianza enorme».

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Como consecuencia del desencuentro no cobraron el trabajo, así que decidieron distribuir ellos mismos los 100 ejemplares. Para el siguiente número —ya con la portada a dos tintas y SADO-MASO por nombre— hicieron 500 copias: «Lo llevamos a los sex shops, que era lo que nos parecía más adecuado. Pero en aquella época eran tremendamente cutres, solo vendían revistas danesas y alemanas a todo color, papel cuché y claro, cuando vieron lo nuestro en blanco y negro no les interesó. Ahí estuvimos a punto de tirar la toalla, pero decidimos hacer un último intento. Cogimos el coche y nos fuimos a las Ramblas. Llego al primer quiosco, se la enseño al quiosquero y me dice, ‘¿Cuántas llevas?’. Le digo que cien y me dice que se las deje todas. Fuimos a buscar los 400 restantes y distribuimos en cinco o seis quioscos. Lo vendimos todo».

Con unos primeros números totalmente amateur, poco a poco se fueron apuntando colaboradores de todo tipo: «Había un hombre de Madrid, muy aficionado, al que le gustaba escribir relatos y nos los enviaba. Había mucha participación de los lectores. Las fotos las hacíamos nosotros con alguna amiga…». Incluso algún nombre conocido como Berlanga o el ilustrador Miracle se apuntaron al proyecto: «Recuerdo que Luis Vigil nos llamó, que a mí me impresionó de pronto, ya que en aquella época era editor de Playboy. Entonces comimos juntos un día, estuvimos charlando y empezó poco a poco a colaborar con nosotros. Nos mandaba alguna traducción o nos daba ideas. A mí Vigil me enseñó mucho. Yo había hecho radio, incluso había dirigido un programa, había hecho bastantes colaboraciones en prensa pero nunca había dirigido una publicación. En ese sentido fue él el que me dio el impulso para que aquello fuese creciendo y de fanzine pasase ya a revista».

Al irse consolidando la publicación se animaron a abrir tienda propia: «Yo iba a visitar a un chico que tenía un sex shop en la calle Hospital. Nunca vi ningún cliente y como estaba allí aburrido matando moscas me quedaba con él charlando un rato. Le dejaba cinco ejemplares y me devolvía cuatro, o sea era una cosa… Y un día le dije que estaba pensando en poner una tienda, que le había echado el ojo a algunos locales y tal. Entonces él me dijo, ‘Pues aquí tienes una’. Y nos asociamos». Visita nuestra pagina de Sexshop y ver nuestros productos calientes.

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